Como podrán sospechar no lo hizo por puro amor a la madre Gaia. La señora Thatcher necesitaba afianzar su política de transformaciones económicas reduciendo la dependencia de los combustibles fósiles (especialmente el carbón, a cuyos sindicatos mineros derrotó definitivamente) para, de paso, impulsar una agenda nuclear energético-armamentista. Tales cambios no podían concretarse sin un nuevo discurso que ayudara, a la sazón, al imperio a recuperar la hegemonía política de antaño.
¿Cuál fue ese discurso? Nada más y nada menos que el del cambio climático.
La base estaba dada con el éxito de la campaña por la capa de ozono y el desarrollo del ecologismo: la industria (que se plegó inmediatamente al baneo de los CFC) y la sociedad civil (los movimientos ecologistas) constituían un poderoso soporte. Solo faltaba el ingreso a las grandes ligas para completar la triada. Con su formación en ciencias (tenía un grado en Química) Margaret Thatcher se convertía en la figura perfecta para impulsar esta nueva geopolítica de contenido (al menos en apariencia) científico. Quien influyó para que la entonces Prime Minister adoptara este programa bien podría ser considerado el padre del mounstruo: el linajudo político medioambientalista, ex-embajador del Reino Unido ante la ONU y presidente de la Royal Society, Sir Crispin Tickell.
- La historia completa aquí.
- Un resumen en español que incluye un repaso del proceso que condujo a la realización del proyecto de Sir Tickell, el IPCC.
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