Aunque la cumbre no ha dejado de ser la anodina reunión de supermandatarios de siempre, los ecologistas deberían estar más que satisfechos con su resultado. La canciller alemana
Angela Merkel anunció que el G8 negociará un reemplazo al actual (e inútil, para variar)
Protocolo de Kyoto que significará
una reducción del 50% de las emisiones, dejando chiquito al engendro original.
Pero quien debe llevarse las palmas por la iniciativa es nada más y nada menos que
Satan George W. Bush. Sin embargo la secta ecologista fingirá que no se enteró que fue gracias al
impulso norteamericano (dentro del mismísimo marco de la ONU) que la
propuesta japonesa se abrió paso en la cumbre, incluyendo en su plan de acción a grandes emisores como la India y
China (próxima a convertirse en el principal emisor de CO2 del mundo), entre otros paises del mundo en desarrollo.
De todas formas, se trata de otra política sin pies ni cabeza que dificilmente contará con el entusiasta apoyo del estupidiario medioambientalista. Tan sensibles ellos, son capaces de convertirse en chimeneas humeantes si notan que Bush se pone la camiseta verde (que en realidad
siempre la llevó puesta). El presidente checo
Vaclav Havel, escéptico como cualquiera con una mínima dosis de pensamiento crítico, formuló las siguientes
tres preguntas a los políticos del G8 (vía
The Reference Frame):
- ¿Por qué tomaron esta decisión? Cuál es la evidencia que los convenció de proponer esta profunda intervención en la vida humana y en el funcionamiento de toda la sociedad? No existe evidencia científica de un calentamiento global masivo o de que la actividad humana junto con las emisiones de gases invernadero estén detrás del moderado calentamiento observado. Siendo que estos ocho mandatarios de los países más desarrollados del mundo saben bien de esta verdad, pregunto: ¿por qué este gesto?
- ¿Conocen estos ocho políticos sobre los métodos y los caminos para alcanzar el objetivo? ¿Conocen de un camino diferente a la radical desindustrialización del mundo entero, y al sustraer a miles de millones de personas de participar de un crecimiento económico a largo plazo que les permitiría tener un nivel de vida tan alto como el de los países desarrollados? ¿Son estos políticos capaces de evaluar los costos y beneficios que supondrán estas intervenciones que están proponiendo, o por lo menos anticiparlos?
- ¿Tienen estos políticos -cuyos limitados mandatos inevitablemente les conduce a perspectivas cortoplacistas- el derecho de meterse en la vida de miles de millones de personas que vivirán más de medio siglo después del fin de sus gobiernos?
Aunque no hay ningún acuerdo firmado hasta ahora, la voluntad de estos poderosos líderes está más que clara. Otra cosa será que verdaderamente cumplan con su propia palabra pues,
como hemos visto, no es necesaria ninguna firmita ni pose cuando de por medio hay un crecimiento económico que, lejos de
destruir, encuentra sus propios caminos hacia la eficiencia y el cuidado del medio ambiente.
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