Las explicaciones que ofrece el Gobierno socialista para justificar su decisión de excarcelar (llamemos a las cosas por su nombre) a De Juana Chaos me recuerdan al viejo cuento del caldero prestado. ¿Se acuerdan? Un hombre presta su caldero al vecino y días más tarde éste se lo devuelve agujereado; ante sus protestas, el vecino responde: a) que el caldero no está agujereado; b) que ya tenía agujeros cuando se lo prestaron; c) que no le han prestado ningún caldero. Contradicciones interesadas del mismo calibre estamos oyendo estos días para explicar o tratar de hacer digerible ante una opinión pública cuyas tragaderas son anchas pero no hasta el infinito la cesión del Ejecutivo por razones políticas ante el chantaje del terrorista en huelga de hambre.
Todas son increíbles o superfluas, pero algunas también resultan repugnantes porque juegan con la mala conciencia o la bobaliconería bondadosa que todos queremos tener en el corazoncito. Tal es el caso, por ejemplo, de insistir en supuestas razones humanitarias y en el valor supremo de la vida humana para los santos que nos gobiernan. Que la vida humana es un altísimo valor nadie lo pone en duda: por eso precisamente quien asesina a veintitantos seres humanos y no se arrepiente de ello ni nos da garantías de que no va a volver a empezar mañana cuando le suelten está mejor en la cárcel que en ninguna otra parte. ¿Humanitarismo? Una de sus características es respetar la libre voluntad de las personas, es decir, ayudarlas a vivir bien y, cuando prefieren morir, no obstaculizar tiránicamente su voluntad (caso de Ramón Sampedro o de la paciente granadina cuyo respirador va a ser desenchufado). Iñaki de Juana debía estar en la cárcel pero él prefería morir antes que seguir allí: lo humano hubiera sido respetar su voluntad y también la ley que le condena. Por cierto, el mismo día que se 'alivió' su prisión sacándole de ella (¿se ha molestado alguien en justificar por qué se le llevó al País Vasco si el caldito reconstituyente también pueden darlo en el Doce de Octubre de Madrid?) oí por la radio que una señora hospitalizada en La Paz con cuatro costillas rotas murió en un pasillo del hospital, probablemente mal atendida por la saturación del centro. Si el Gobierno acaba de descubrirse vocación humanitaria, no le faltará dónde ejercerla sin necesidad de plegarse a las exigencias de los asesinos.
Vía DanielTercero.net
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