Continuamos viendo los orígenes de la maquinaria propagandística más formidable de la historia. Publicado originalmente en el portal español Libertad Digital por el profesor Pablo Molina:
Propaganda y subversión: Gramsci y Münzenberg
Por Pablo Molina
Probablemente, Antonio Gramsci fue el primer intelectual marxista que comprendió la necesidad de trasladar la lucha de clases al terreno de la cultura de masas. Junto a Lukacs, otro teórico del “terrorismo cultural” según su propia definición, sentaría las bases para el acceso al poder mediante la demolición de los pilares morales de la tradición judeocristiana. Finalmente Willi Münzenberg, principal dirigente de la Kommintern en la primera mitad del Siglo XX, se encargaría, con eficacia estalinista, de extender por occidente las consignas para la subversión.
El comunista Antonio Gramsci, uno de los pocos dirigentes marxistas a los que el fanatismo ideológico no le impedía cierta capacidad para el frío análisis, percibió tras su primera visita a la URSS que el comunismo no funcionaba como sistema de organización social y que, de hecho, sólo subsistía penosamente bajo regímenes que empleaban el terror de masas como arma para la obediencia política.
Cuando Mussolini, el socialista –conviene no olvidarlo– que acabó creando el fascismo, llevó a cabo su marcha sobre Roma, Gramsci puso en práctica la táctica habitual de los dirigentes comunistas en tiempos de crisis: Salir huyendo a uña de avión (en España, los cuadros dirigentes del PCE protagonizaron episodios similares al final de la contienda civil. Otros camaradas, a falta de aviones soviéticos, utilizaron ambulancias de la Cruz Roja, llenas por cierto de alhajas y otros objetos valiosos, para pasar la frontera evitando los rigores de una huida a pié con los nacionales pisándoles los talones, como es bien conocido).
Ya en Rusia, pues ningún otro destino era más apropiado para el exilio de un fervoroso marxista, el italiano, haciendo gala de una honestidad intelectual a la que fue ajeno el resto de “tontos útiles” (Lenin dixit), que volvían de sus visitas a la URSS cantando glorias sin fin del sistema bolchevique –“la libertad de crítica en la URSS es total”, proclamaba solemne Jean-Paul Sartre tras una de sus giras turísticas al paraíso proletario–, consignó con frialdad la terrible aberración que constituía el régimen soviético, así como los sufrimientos sin fin que provocaba entre la población.
Puesto que la dialéctica marxista como herramienta analítica no podía haber perdido su infalibilidad, la causa de este rotundo fracaso había que buscarla en la tradición judeocristiana, que durante dos mil años había estado infectando el alma de occidente hasta hacerla irrecuperable para el ideal comunista. La propiedad privada como pilar del sistema económico, la familia como forma de organización social y una determinada tradición moral ampliamente compartida, impedían que la historia fluyera en la dirección prevista por los científicos del marxismo.
Finalizado este breve trabajo de campo por tierras bolcheviques –y horrorizado tras comprobar los métodos de un Stalin recién llegado al poder– Gramsci volvió a su país con la intención de liderar el Partido Comunista Italiano. Sin embargo, Mussolini tenía planes distintos para el futuro del líder comunista en Italia, así que le metió en la cárcel y tiró la llave.
En este régimen de enclaustramiento obligado, tan favorable para el recogimiento espiritual y la reflexión serena que requiere toda empresa intelectual de campanillas, Gramsci teorizó brillantemente sobre la necesidad de subvertir el sistema de valores occidental como elemento previo e imprescindible para el éxito del ideal comunista. Para ello, concretó el italiano, era requisito imprescindible ganar para la causa marxista a los intelectuales, al mundo de la cultura, de la religión, de la educación, en definitiva a los sectores más dinámicos en el mundo de las ideas, con la seguridad de que en unas cuantas generaciones cambiaría radicalmente el paradigma dominante en occidente. Sus Cuadernos de la Cárcel, son el compendio indispensable para comprender las claves de este cambio de estrategia. De la importancia seminal de este trabajo, puede hacerse el lector una idea tan sólo indagando en internet a través del motor de búsqueda más popular, utilizando las palabras “quaderni” y el nombre del italiano: el primer resultado que aparece, si se solicitan sólo páginas en español, es un estudio hagiográfico de la obra de Gramsci editado por la UNESCO, quizás el mayor conciliábulo de tontos útiles del planeta, lo que, dicho sea de paso, confirma plenamente las teorías del aludido.
Por su parte el húngaro Gregory Lukacs, otro brillante teórico totalitario, llegaba en sus análisis a las mismas conclusiones que su colega italiano. Lukacs, además, tuvo la oportunidad de poner en práctica sus teorías durante la breve dictadura de Bela Kum, bajo la que desempeñó las funciones de comisario para la cultura. En el breve plazo que duró en Hungría la dictadura comunista, Lukacs –¿Quién nos librará de la civilización occidental?– instauró, como parte de su proyectado terrorismo cultural, un radical programa de educación sexual en los colegios, en el que los niños eran instruidos en las bondades del amor libre y los intercambios sexuales, así como en la naturaleza irracional y opresora de la familia tradicional, la monogamia o la religión, que privaban al ser humano del goce de placeres ilimitados. Como se puede ver, los patrones intelectuales de la generación del baby boom tienen su origen en el programa ideológico diseñado por el húngaro con medio siglo de antelación. Nada nuevo bajo el sol.
Es importante insistir en que Lukacs y Gramsci coincidían plenamente con los objetivos finales del marxismo clásico y su diseño de una sociedad nueva, modulada bajo los parámetros de la ingeniería social comunista. Lo único en lo que diferían respecto a sus antecesores era en los medios para alcanzar esos fines. Aunque nuestros progres actuales lo ignoren (como tantas otras cosas), éste es el origen doctrinal del progresismo contemporáneo. De hecho, podríamos decir que Gramsci y Lukacs son los padres intelectuales del progre del Siglo XXI, y si la izquierda de a pié prefiriera la lectura sosegada a la deglución acrítica de mantras prefabricados, los institutos de la LOGSE y las aulas universitarias estarían llenas de camisetas con la imagen de estos dos precursores de la revolución cultural, en lugar del sempiterno Ernesto Guevara. Ambos pusieron las bases de la contracultura que nuestros progres adoptaron como propia a partir de los años 60, cuyo fin es erosionar las bases del sistema de vida de occidente y hacer posible el sueño marxista de una sociedad en la que propiedad privada, familia y tradición moral acaben siendo reliquias del pasado.
Pero estos escarceos teóricos no hubieran tenido apenas virtualidad en la forma de vida occidental sin la participación de la más formidable maquinaria de propaganda marxista. Hablamos, naturalmente de la Kommintern, o Internacional Comunista, dirigida por un genio de la infiltración y el agit-prop como Willi Münzenberg.
Münzenberg había sido compañero de Lenin ya en su etapa suiza, antes de la revolución bolchevique. Una vez conquistado el poder, el nuevo líder soviético le puso a trabajar junto a Karl Radek –un intelectual radical polaco dedicado a “racionalizar” las ideas revolucionarias– y Félix Dzerzhinsky –creador de la Cheka e inventor de la policía secreta como instrumento de terror revolucionario–, convirtiéndose en el responsable directo de las operaciones de propaganda en occidente.
Münzenberg utilizó la Kommintern para la consecución de un objetivo muy sencillo en su definición, pero tremendamente complicado de llevar a cabo. En esencia, su misión fue inocular en la conciencia de occidente, como una segunda naturaleza, la idea de que cualquier crítica o reproche al sistema soviético sólo podía provenir de personas fanáticas, fascistas o sencillamente estúpidas; mientras que los partidarios del comunismo eran, por el contrario, gente con una mente avanzada, partidarios del progreso de la humanidad y tocados por un halo especial de refinamiento intelectual. Para ello, los hombres de Münzenberg contaron con la colaboración, dentro de occidente, de una auténtica pléyade de escritores, periodistas, artistas, actores, directores de cine, científicos o publicistas, de Ernest Hemingway a John Dos Passos, de Bertolt Brecht a Dorothy Parker, dispuestos a defender una imagen idealizada del sistema comunista y a esparcir por el mundo las bondades del régimen soviético. Sobre la opinión que el propio Münzenberg tenía de todos ellos, baste señalar el calificativo que empleaba en privado para definirlos: “El club de los inocentes”.
Bajo su dirección, la Kommintern se convirtió en el primer “multimedia” de la Historia, con decenas de periódicos, revistas, editoriales, estaciones de radio o productoras de cine formando un complejo entramado dispuesto para la difusión del tipo de mensajes que interesaba a la dirección comunista. El éxito de la estrategia, pudo influir en su posterior reproducción a escala nacional por parte de corporaciones empresariales privadas, cercanas a los centros de poder socialista y con algunos ejemplos exitosos bien conocidos, cuya condición empresarial, rabiosa y saludablemente capitalista, no entorpece su particular empeño en la difusión de los dogmas típicos de la vulgata marxista en contra de la globalización, el libre mercado, los EEUU o la moral judeocristiana de los que se nutre diariamente su parroquia.
Münzenberg, además, fue el creador de la figura de la “agencia de noticias”, que bajo su inspiración servía tanto para labores de intoxicación informativa como para ocultar excelentemente a los hombres encargados de las tareas de espionaje en los países anfitriones.
Pero además de la Kommintern de Willi Münzenberg, la llamada Escuela de Francfort, fundada por Lukacs y otros miembros del Partido Comunista Alemán, estaba llamada a desempeñar un papel directo en las tareas de subversión cultural, especialmente en los Estados Unidos de Norteamérica, donde recaló huyendo del nazismo (de nuevo el proverbial heroísmo comunista), toda esta troupe de intelectuales concienciados. A su examen y al de las claves del combate contracultural que se viene desarrollando desde hace ya medio siglo, dedicaremos el siguiente capítulo de esta serie.
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Prende la television. Ohh... propaganda capitalista.
ResponderBorrarSal a la calle y mira aquel gigantesco cartel: ohh... propaganda capitalista.
Compra un periodico objetivo (léase el Comercio): ohh... más propaganda capitalista.
Diablos... la propaganda izquierdista al menos da algo de sabor a la vida. No te pide comprar, vivir comodamente... te pide luchar para obtener tu libertad. Te pide que crees un mundo nuevo.
Los socialistas muchas veces se olvidan de que el individuo es el que forma la sociedad. Sin embargo el socialismo invita a la acción creadora, a llevar la praxis DEL INDIVIDUO al límite. No invita a la pasividad. De alli por que resulta más vital y "emocionante" que el capitalismo.
¿Pero en la URSS no vivieron oprimidos? Claro. El leninismo (con sus derivados trotskistas y estalinistas) fue (o es...) una deformación del marxismo, en la que la dictadura del proletariado es reemplazada por la dictadura del partido. ¿Y puede ser de otra manera? Sí. Léase sobre la Comuna de París.
Políticamente hablando (que es de lo que trato en este post) la derecha no recurre a la propaganda (salvo en epocas electorales, y eso..) y su praxeología se concentra en lo comercial cuyo contenido ideológico es difuso por no decir nulo. Lo de la izquierda, sin embargo, es clara su intencionalidad política y su voluntad de hacer despertar al individuo... para que se incorpore al colectivo.
ResponderBorrarQue no se les olvide como en su momento alabaron el marxismo de Lenin, Stalin, Mao, aún reconociendo que eran distintas vertientes e "interpretaciones", pero válidas (Mariátegui).
Puede que parezca "comercial", pero en verdad las imagenes que son transmitidas por los medios y la información que estos brindan en general tienen una carga ideológica: lo que en teoria del conocimiento se conoce como IDEOLOGIA IMPLICITA, la cual si bien no es EXPLICITA (como la de la izquierda), de apoya el sistema imperante permitiendo su funcionamiento y haciendo propaganda a sus principios (en nuestro caso, el libre comercio, el consumismo, la venta de identidades (fetichismo en términos marxistas) etc)
ResponderBorrarCuando dije "la Comuna de Paris" no me referia al Mayo Frances... sino a la comuna de 1871. Wikipedia tiene un buen articulo y Marx, un buen libro (La Guerra Civil en Francia). No dejen de dar una mirada =)
Eso de la carga ideologica de la propaganda comercial es algo que todavia se discute y sobre lo cual no hay consenso alguno. Por algo se inventaron esas ciencias de la sospecha (comenzando con el psicoanalisis) que intentan deconstruir o hacer decir algo que no coreesponde de ninguna forma con la intencion del emisor. Se llama mensajes subliminales cuyo contenido especifico siempre sera materia de discusión mientras en la acera de enfrente los textos son claros y explicitos.
ResponderBorrarMuestrame el caso de una proganda subliminal a favor del "libre comercio". Seria un noticion, pero lamento decir que seria algo en vano puesto que la gente tiene poca o nula idea de lo que es "libre comercio" en realidad (entenderan lo que son "aranceles", para hacer la asociación "aranceles cero - libre comercio"... manam!!!)
Nadie habla de mensajes subliminales. No use el viejo truco del hombre de paja.
ResponderBorrarHablo de la transmisión de la ideología implícita: si por ejemplo una pelicula me muestra un joven empresario despilfarrando dinero en mujeres, sobreentiendo que el malgasto de dinero y sus malos usos son algo positivo, como indicadores de exito. Si veo el comercial de una universidad en la que se dice se forman "líderes" o "empresarios de éxito" sobreentiendo que el ser empresario y todo lo que eso implica es ser un ganador y no un pobre y triste minero que arriesga su vida todos los días.
Y asi... al conjunto de esos conceptos que se pide se acepten pasivamente se le llama en Teoria del Conocimiento "Ideología Implícita".
Las cosas como son ;)
Si asi son las cosas, permitame el álbun de fotografias de chanchos que vuelan (je). Es clarisimo que la publicidad comercial se inserta dentro de un contexto que limita claramente su implicancia política-ideológica. Se trata de técnicas de persuasión que apelan a la racionalidad del consumidor para cambiar actitudes y comportamientos. Para que uno entienda que el malgastar dinero es positivo hace falta que sea un cínico o un débil mental, lo cual nada de eso se debe a la publicidad sino a otra cosa como la educación. Si la publicidad crea habitos y pensamientos, es a partir de estructuras pre-existentes.
ResponderBorrarAhora que para que ese conjunto de pensamientos creados o reforzados por la publicidad sea una "ideología" ("implicita") hace falta algo que articule esos elementos en un discurso. De esta forma nos damos cuenta que la publicidad no construye ni transmite ningun discurso politico ni "ideologia implicita", pues no hace ni pretende hacer articulación alguna de estos segmentos de pensamiento supuestamente orgánico.
En resumen, imaginar la propaganda comercial como un discurso político capitalista que se pueda contraponer a la propaganda politica "progre", es un desatino total. Por no llamarlo ignorancia, claro.
La RAE define Ideología como "Conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc."
ResponderBorrarHum... no veo en ninguna parte la palabra "articulación", "discurso"... ni tampoco "sistema" u "organización"... Sencillamente son... "un conjunto de ideas"...
Si la propaganda comercial es despues de todo propaganda que exige la aceptación de ciertos preconceptos (léase ciertas ideas)... entonces funciona para difundir ideologia =D
Pues si nos quedamos con las definiciones del diccionario nos quedamos cortos para todo. La RAE define "pensamiento" en la misma linea ("conjunto de ideas"), por ejemplo. Creo que cualquiera que haya usado estos términos se da cuenta que la cosa va más allá de lo que dice el diccionario.
ResponderBorrarLa propaganda no exige, sino apela a ciertos saberes, conocimientos y experiencias, para persuadir. Ahora que si reproduce algo son estilos de vida o comportamientos, no una ideología. Esa articulación proviene de otra parte,no de la publicidad en sí.
Por ejemplo la moda de los "gadgets" (mp3, PDAs, celulares, memorias, etc.) Ahora todo mundo siente que no puede vivir sin ellos. La publicidad te convence de que son imprescindibles apelando a ciertas necesidades como el solaz, entretenimiento, notoriedad, etc. Ahora para que todo esto sea una ideologia ("capitalista", "materialista", "fetichista", etc...) o corresponda con una, es necesaria la articulación (relación) a la que me refería.
El como lo relacionas con otras formas de consumo y en que sentido, no te lo da la propaganda sino por medio de la reflexión externa a ella. Por tanto la propaganda comercial no transmite ninguna ideología, sino "pre-textos" para construir o articular una "a gusto del cliente", incluyendo la teoría realmente tontucia de que la propaganda conlleva una "ideología implícita" determinada.
Otrosí: lo verdaderamente preocupante debería ser que el contenido implícito de la propaganda comercial sea tan "ideológicamente" pobre como superficial, pues la razón a la que apela es meramente práctica instrumental, con el aliciente que procura enraizarse en la realidad objetiva pero por segmentos descontextualizados: los gadgets que te facilitan realmente la vida, la cerveza que contribuye a crear ambiente festivo, incluso la imagen del che en politos que refuerza la identidad "anti" de quien lo porta.
ResponderBorrarNaturalmente con estos fragmentos se puede construir un corpus ideológico poderoso, pero eso no lo hace de ninguna manera la misma propaganda "capitalista". De hecho quienes se han dedicado a construir una ideología a partir de todo ese "bombardeo mediático" son sus detractores quienes no tienen empacho en disfrutar y aprovechar tales comodidades brindadas por el capitalismo para subvertirlo. Cuando de coherencia se trata no conviene pedir peras al olmo. ;-)