Improvisación, cambio de rumbo, o estrategia, el ahora candidato va a tener que explicar (o solapar) el evidente alejamiento del etnocacerismo que tanto atractivo le otorgaba. La doctrina etnocacerista no parece poder (ni querer) conciliarse con nada. Ni el ejercito se salva de sus radicales observaciones:
La fascinación por el etnocacerismo y el fujimorismo explotan la omnipresente tentación adolescente de patear el tablero, querer echarlo todo abajo y construir de nuevo. Salvo por lo último, todos los que dicen estar hartos, los cansados de la misma mierda, saben lo que quieren: una solución rápida y terminante, un autoritarismo que destile testosterona.
Humala como Fujimori demostraron lo fácilmente impresionable (y engañable) que es el votante desesperanzado y carcomido por el resentimiento. Con la ayuda de los medios concentrados únicamente en destapes, ampays, escándalos y primicias, basta con situarse en la acera de enfrente y ofrecer soluciones inmediatistas para convertirse automáticamente en Mesías.
La realidad reducida a su mínima y negativa expresión: corrupción, inmoralidad, suciedad y muerte, vende o provoca comprar tales propuestas que por lo general tienen pobre o nulo fundamento. La empobrecida opinión pública las suele adoptar por el goce que generan: La mayoría aplaudió el autogolpe del 5 de Abril del 93 pensando más en la desgracia de los congresistas que en la ruptura del estado de derecho.
La aparición del etnocacerismo y la vuelta del fujimorismo han estimulado la imaginación y los sentimientos de un grueso sector del electorado. Aunque Ollanta Humala disminuya su popularidad por sus alianzas non sanctas todavía persiste el peligro de que un importante porcentaje de electores se decanten hacia propuestas radicales agrupadas bajo el denominado "Voto de Protesta" que permitirá el ingreso al futuro Congreso de grupos radicales que no tendrán escrúpulos en vender sus votos al mejor postor. Los romances basados solamente en sentimientos y emociones, decepcionan.
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