La apuesta latinoamericana de BENEDICTO XVI

Benedicto XVIBenedicto XVI ha venido decidido a dar golpes de timón necesarios por estos lares para encaminar a la Iglesia en Latinoamérica, llamada a ser el continente de la esperanza. Desde el avión el papa demostró que no dará lugar a medias tintas o indefiniciones. Habiendo dejado en claro la excomunión para los que procuran el aborto, dió por sentada la posición de la Iglesia frente a la Teología de la Liberación, sin menoscabo alguno de su rol social: La Teología de la Liberación fue un “milenarismo” que no se justifica hoy


En declaraciones concedidas hoy a los periodistas durante el vuelo rumbo al Brasil, el Papa Benedicto XVI señaló que la Teología de la Liberación fue una forma de “Milenarismo” que no tiene justificación en la actual realidad latinoamericana, especialmente ante la difusión de la auténtica preocupación social de la Iglesia.
Al explicar que “la misión de la Iglesia es religiosa, pero se abre a las soluciones de los grandes problemas sociales”, el Pontífice dijo durante la improvisada rueda de prensa en el avión que “hay siempre espacio para un debate legítimo sobre cómo crear las condiciones para la liberación humana y sobre cómo hacer eficaz la doctrina de la Iglesia e indicar las condiciones humanas y sociales, las grandes líneas en las cuales los valores pueden crecer”.
Sin embargo, el Papa aclaró que hoy “ha cambiado profundamente la situación en la cual la teología de la liberación nació”. “Es evidente que las fáciles promesas que hacían creer que pueden conseguir de una revolución las condiciones para una vida completa estaban equivocadas; esto ahora lo saben todos y el punto es cómo la Iglesia debe estar presente en la lucha por la justicia: sobre esto se dividen teólogos y sociólogos”, agregó.
Como el propio marxismo del cual bebe, la Teología de la Liberación Marxista era otra ideología milenarista que subordinaba el mensaje cristiano a consideraciones e imperativos sociales, con la premura de una revolución en ciernes. Debido a esto es que la Iglesia por mantenerse fiel a su misión evangélíca sufre de la arbitraria y absurda calificación de estar ajena a la realidad social, en especial la situación de los pobres.

Qué duda cabe que los "pobres", "marginados" y "oprimidos" se han convertido en el público objetivo y bandera de las ideologías totalitarias y liberticidas cuyos seguidores, apropiándose del discurso "social", suelen adoptar posturas intransigentes amenazando con tomar el camino de la violencia para llevar a cabo sus propuestas "humanitarias", las que -sabemos por historia- siempre terminan empeorando la situación de sus supuestos protegidos. Claro que eso no resta razón al reclamo de los desposeídos, pero cuando por inmediatez, por desear una pronta y rápida solución a sus problemas, ponen sus esperanzas en tales proyectos radicales, convierten esa aspiración de justicia en instrumento de su propia desgracia.

La fe cristiana, por el contrario, opta por la transformación del hombre desde su corazon mismo, en lugar de externalidades como la transformación -a menudo violenta- de sus condiciones sociales. Esta metodología de la fe se afirma en la mirada de Cristo. Al ver Jesús a las gentes se compadecía de ellas (Mt 9,36):

La «mirada» conmovida de Cristo se detiene también hoy sobre los hombres y los pueblos, puesto que por el «proyecto» divino todos están llamados a la salvación. Jesús, ante las insidias que se oponen a este proyecto, se compadece de las multitudes: las defiende de los lobos, aun a costa de su vida. Con su mirada, Jesús abraza a las multitudes y a cada uno, y los entrega al Padre, ofreciéndose a sí mismo en sacrificio de expiación.
La Iglesia, iluminada por esta verdad pascual, es consciente de que, para promover un desarrollo integral, es necesario que nuestra «mirada» sobre el hombre se asemeje a la de Cristo. En efecto, de ningún modo es posible dar respuesta a las necesidades materiales y sociales de los hombres sin colmar, sobre todo, las profundas necesidades de su corazón. Esto debe subrayarse con mayor fuerza en nuestra época de grandes transformaciones, en la que percibimos de manera cada vez más viva y urgente nuestra responsabilidad ante los pobres del mundo. Ya mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, identificaba los efectos del subdesarrollo como un deterioro de humanidad. En este sentido, en la encíclica Populorum progressio denunciaba «las carencias materiales de los que están privados del mínimo vital y las carencias morales de los que están mutilados por el egoísmo... las estructuras opresoras que provienen del abuso del tener o del abuso del poder, de las explotaciones de los trabajadores o de la injusticia de las transacciones» (n. 21). Como antídoto contra estos males, Pablo VI no sólo sugería «el aumento en la consideración de la dignidad de los demás, la orientación hacia el espíritu de pobreza, la cooperación en el bien común, la voluntad de la paz», sino también «el reconocimiento, por parte del hombre, de los valores supremos y de Dios, que de ellos es la fuente y el fin» (ib.). En esta línea, el Papa no dudaba en proponer «especialmente, la fe, don de Dios, acogido por la buena voluntad de los hombres, y la unidad de la caridad de Cristo» (ib.). Por tanto, la «mirada» de Cristo sobre la muchedumbre nos mueve a afirmar los verdaderos contenidos de ese «humanismo pleno» que, según el mismo Pablo VI, consiste en el «desarrollo integral de todo el hombre y de todos los hombres» (ib., n. 42). Por eso, la primera contribución que la Iglesia ofrece al desarrollo del hombre y de los pueblos no se basa en medios materiales ni en soluciones técnicas, sino en el anuncio de la verdad de Cristo, que forma las conciencias y muestra la auténtica dignidad de la persona y del trabajo, promoviendo la creación de una cultura que responda verdaderamente a todos los interrogantes del hombre.
ACTUALIZACIÓN: El texto de la entrevista en el avión camino a Brasil aquí (Vía Zenit)

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