EL INFIERNO DE LA PRENSA

A estas alturas ya no sorprende que los medios tergiversen la información sobre la Iglesia Católica y su doctrina. No les basta con caricaturizar y rechazar la posición de la Iglesia en temas cruciales como la defensa de la vida, sino que la persuaden (por decir lo menos) a que deje de ser ella misma y se autocensure en nombre de la "tolerancia".

A las informaciones sobre la "abolición del limbo" (como si este hubiera sido parte de la "doctrina oficial", lo cual es totalmente falso: no se le menciona en absoluto en el Catecismo) le acaba de seguir esta lectura inaudita de las palabras del papa (vía El País de España):

El papa Benedicto XVI resucita el infierno
Contra lo dicho por Juan Pablo II en 1999, Ratzinger sostiene que "el infierno, del que se habla poco en este tiempo, existe y es eterno"
(...)
La proclamación de que "el infierno existe y es eterno" es la continuación de esa estrategia papal. Lo curioso es que su antecesor, el polaco Juan Pablo II, muerto hace dos años, corrigió a fondo y en la dirección contraria el concepto tradicional del catolicismo sobre el infierno. Lo hizo en el verano de 1999, en cuatro audiencias consecutivas, cada una dedicada a desmontar la credulidad popular sobre el cielo, el purgatorio, el infierno e, incluso, el diablo. "El cielo", dijo entonces el pontífice polaco, no es "un lugar físico entre las nubes". El infierno tampoco es "un lugar", sino "la situación de quien se aparta de Dios". El Purgatorio es un estado provisional de "purificación" que nada tiene que ver con ubicaciones terrenales. Y Satanás "está vencido: Jesús nos ha liberado de su temor".
La homilía sobre el infierno la pronunció el papa Juan Pablo II en la audiencia del miércoles 28 de julio de 1999. Dijo: "Las imágenes de la Biblia deben ser rectamente interpretadas. Más que un lugar, el infierno es una situación de quien se aparta del modo libre y definitivo de Dios".
Para cualquiera que sepa leer, las palabras de Juan Pablo II consignadas en esta nota periodística no niegan de ninguna forma la existencia del cielo o del infierno sino que aclara los conceptos e ideas que comúnmente se tienen de estos "lugares" producto de la lectura ad pedem literae de los relatos y textos de la tradición, al margen del magisterio de la Iglesia. Lo que se "corrige" es el imaginario popular común a todas las ramas del cristianismo pero que poco o nada tiene que ver con la fe católica cuya doctrina está consignada en el Catecismo de la Iglesia, citado por el propio Santo Padre para la catequesis mencionada en el artículo:

Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno».
Baste revisar el texto del Catecismo para darse cuenta, por tanto, que Benedicto XVI no contradice de ninguna forma a su predecesor:

1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos. (...) Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra "infierno".

1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, "el fuego eterno" (cf. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.

1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno.

Ni Juan Pablo II ni su sucesor Benedicto XVI han cambiado, "resucitado", ni mucho menos inventado doctrinas, sino que se ciñen a lo que siempre ha sido la enseñanza del evangelio confiado por Cristo a su Iglesia, y que se ha enriquecido por la experiencia de sus miembros y su accidentado trajinar a lo largo de la historia.

El ataque sufrido por la Iglesia en la actualidad no es un hecho sin precedentes ni algo que la haga dudar de sí misma, aún reconociendo (de forma unilateral) sus propias faltas y limitaciones, que es lo único que quieren ver sus detractores. La Iglesia no necesita negar su humanidad para continuar en la brega, sino todo lo contrario:

A pesar de tantas formas de progreso, el ser humano es el mismo de siempre: una libertad tensa entre bien y mal, entre vida y muerte. Es precisamente en su intimidad, en lo que la Biblia llama el "corazón", donde siempre necesita ser salvado.
Cristo es también el Salvador del hombre de hoy. Cristo no nos pone a salvo de nuestra humanidad, sino a través de ella; no nos salva del mundo, sino que ha venido al mundo para que el mundo se salve por medio de Él

Benedicto XVI



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